martes, 6 de mayo de 2008

La tarea

Habían hecho un alto en la tarea. El ajedrez los acompañaba en el descanso. La torre avanzó dos casilleros representando la última movida. Pensaba mucho antes de jugar su contrincante. Eran ajenos al frío externo. Un hogar los entibiaba e incitaba a la literatura o a los sueños. El aroma a café se impregnaba en todo el lugar. Un par de espejos se enfrentaban en sendas paredes, redundantes. El reloj sonaba aburrido.

Todo se volvía lento por esas horas. El contrincante pensaba. Todo se nublaba en la quietud. El silencio conspiraba y las paredes, el piso y los objetos tornaban distintos; difusos. Círculos infinitos giraban ante sus ojos, monedas y objetos de arena venidos de lugares lejanos. Un extraño animal de colores bellísimos lo saludaba en un no idioma que los dos entendían. Tres cartas bailaban suspendidas antes de que los ojos suplicaran explicación en el instante en que el puñal entraba en la carne.

El contrincante se tomaba la barbilla. El tiempo era eterno para el y su juego y contagiaba de eternidad a todo lo que lo rodeaba. En un momento vio un arroyo y una calle de tierra. Escucho susurros que contaban pendencias de antaño, traiciones y magia. Cientos de libros volando con sus páginas abiertas cual pájaros de papel le soltaban letras que el transformaba en palabras que no podía retener. Hacía el esfuerzo: sólo buscaba esa que nadie había encontrado. En un instante creyó verla, fijo su vista, intentó retenerla; casi lo lograba cuando el contrincante movió y accionó el reloj. La campanilla lo despertó.

- Ya moví. Es tu turno- impunemente lo apremió el contrincante.

Con una sonrisa que sólo se delataba en la comisura de los labios él contestó:

- Caramba, he soñado con un libro que aún no he escrito.

Con displicencia movió una pieza al azar. Los dos comprendieron que era hora de volver a la tarea.

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