A la vuelta, Sergio- otro niño- me pide caramelos. No tengo. Me da pena no tener la costumbre de llevarlos conmigo. En mi mochila cargo un paquete de yerba. Sergio lo ve y pregunta. Le explico. No le interesa. Se va.
Irredente porteño, necesito un café. El lugar es bellísimo, pequeño. Me atiende una niña. Parece un estilo aquí. Un bonito estilo. Tomo mi café. La niña no pierde tiempo y me ofrece cosas para que compre. No me convence: le dejo propina.
hacia el final del día, otro niño me ofrece que le saqué una fotografía con su burro por algunos bolivianos. Le digo que no. El mal de altura no me afecta: esta situación si. hay quienes compran el cuerpo de este niño y otros para inmortalizarlos en fotografías. Me da asco. Incluso me doy asco; por pertenecer a la misma calaña.
La Isla del Sol es un lugar plagado de niños, como si fueran grandes realizan todas las actividades. Parecen adultos enanos. Me lo confirma la mano de Sergio cuando se la estrecho para despedirme: 20 años menos que yo pero no se cuantos más curtido . La mano de Sergio es la marca del sol, el trabajo y el viento. Luego de conocerlo, de una vez y para siempre me darán verguenza mismanos pulcras de periodista.
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